Nuestra Declaración
de Fe
Siendo miembros en plena comunión y/o ministros activos de la Iglesia Alianza Cristiana y Misionera de Chile, hacemos nuestra la siguiente
"Declaración de Fe" que fuera adoptada por la Conferencia
Anual de nuestra iglesia, celebrada en la ciudad de Temuco, Novena Región de la Araucanía, entre los días 6 al 8 de enero de 1943. La cual es expresión y síntesis de
nuestras creencias evangélicas:
1. Creemos en la inspiración plenaria y verbal de las Escrituras del
Antiguo y del Nuevo Testamento en sus documentos originales como la
Palabra de Dios auténtica y genuina; ellas constituyen una revelación
completa de su voluntad para la salvación de los hombres y son por lo tanto la
única regla divina de la fe y la práctica cristiana.
2. Creemos que hay un Dios infinitamente Perfecto que existe
eternamente en tres personas: El Padre, El Hijo y el Espíritu Santo.
3. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Fue concebido por el Espíritu Santo y nació de la Virgen María. Murió en la cruz un sacrificio en sustitución por los injustos; y todos los que creen en Él son justificados a base de Su sangre derramada. Resucitó de entre los muertos conforme a las Escrituras; está a la diestra de la Majestad en las alturas como nuestro Gran Sumo Sacerdote; de donde volverá otra vez a establecer en la tierra Su Reino de justicia y paz.
4. El Espíritu
Santo es una persona divina; Ejecutivo de la Trinidad; Consolador enviado
por el Señor Jesucristo para habitar en el creyente, guiarlo e instruirlo; a
redargüir al mundo de pecado, de justicia y de juicio.
5. El hombre fue creado originalmente a imagen y semejanza de Dios;
cayó por desobediencia, incurriendo así en muerte física y espiritual. Todos
los hombres nacen con una naturaleza pecaminosa, hallándose, por lo tanto,
desprovistos de la vida divina, y sólo pueden ser salvos mediante la obra
expiatoria del Señor Jesucristo. La suerte del impenitente e incrédulo es una
existencia perpetua de tormento, y la del creyente de gozo y felicidad eterna.
6. La
salvación es una provisión hecha por Jesucristo para todos los hombres;
aquellos que lo acepten a Él por la fe son renacidos del Espíritu Santo y
reciben el don de la vida eterna, siendo hechos hijos de Dios.
7. Habrá una resurrección corporal de los justos y de los injustos;
los primeros resucitados para la vida y los segundos para juicio.
8. Creemos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, un
organismo más bien que una organización, formada por los redimidos durante la
época de la gracia, desde Pentecostés hasta el Segundo Advenimiento del Señor.
La edificación de esta iglesia es la obra preeminente de Cristo durante la
dispensación actual, de acuerdo con sus propias palabras en Mateo 16:18: "Sobre
esta roca yo edificaré mi Iglesia". Puesto que la iglesia es aquel
"Pueblo para su nombre", escogido de entre gentiles y judíos, se
requiere la mayor y más amplia predicación del Evangelio para la realización de
dicho fin. Creemos que es de esencial importancia reconocer la unidad y la
unión de la verdadera Iglesia como el Cuerpo de Cristo y el medio de su
manifestación al mundo.
9. Es la voluntad de Dios que
cada creyente sea enteramente santificado mediante la obra del Espíritu Santo,
siendo por ella separado del mundo y del pecado y plenamente consagrado a Dios
para una vida santa y un servicio efectivo. Esta obra del Espíritu Santo en el
creyente, llamada la santificación, se reconoce como una experiencia
subsiguiente a la conversión.
10. En la
redención del Señor Jesucristo se ha hecho también provisión para la sanidad
del cuerpo mortal en conformidad con Su Palabra. Según lo expuesto en Santiago,
capítulo cinco, la unción con aceite ha de practicarse por la iglesia en el
presente siglo.
11. De acuerdo
con las profecías de ambos Testamentos y las promesas a Israel, el reinado
Mesiánico y Milenario de Cristo será establecido mediante su propio
advenimiento personal y visible a la tierra en poder y gloria. Es ésta una
verdad práctica que debe estimular poderosamente la obra de la evangelización y
la pureza de vida.
12. Las
Escrituras enseñan claramente el deber de todos los creyentes de vivir una vida
de fe, de sacrificio, y de entregarse continuamente a la oración y la
intercesión a favor de otros.
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